32 Horas de Fe: El Sacrificio Silencioso de los Músicos de Procesión
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Las procesiones guatemaltecas son símbolo del fervor religioso y la devoción profunda de nuestro pueblo. En Semana Santa, las calles del país se transforman en altares vivos, donde la fe se mezcla con el incienso, el arte sacro, y la música que guía el paso solemne de Cristo y su Santísima Madre.
Este año, durante el Quinto Domingo de Cuaresma, se vivió un acto de entrega que ha tocado los corazones de muchos: un grupo de músicos procesionales acompañó a Jesús de la Caída por casi 32 horas continuas. Sin apenas descansar después de una actividad intensa el día anterior, regresaron a sus hogares únicamente para asearse, cambiarse y seguir su labor. No era por contrato, ni por costumbre: era por amor a Cristo.
Música Sacra
En el centro de este movimiento de entrega se encuentra las bandas que acompañan los cortejos más grandes.
“No pertenecemos a una hermandad específica”, explica Luis Pirir, director de una de las bandas. “Dependemos de quien nos contrate, y muchas veces ya hay hermandades que piden a una banda o a un director específico porque conocen nuestro estilo y entrega.”
Los músicos procesionales suelen ser estudiantes o egresados de la Escuela Militar de Música, el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela Municipal o academias privadas.
Tienen conocimientos técnicos, pero sobre todo, una profunda disposición espiritual. "No basta saber tocar, hay que tener el temple y el compromiso para resistir largas horas, caminar cargando instrumentos, y sostener la intensidad emocional que trae consigo cada marcha", señala Pirir.
El trabajo no es sencillo. El desgaste físico es considerable y muchos músicos se ven cargando instrumentos pesados bajo el sol, la lluvia o el frío de la madrugada. Además, el componente emocional no puede subestimarse. Las marchas fúnebres, como Mater Dolorosa, Jesús del Consuelo, Tinieblas o La Fosa, llevan un peso espiritual profundo. Cada nota es una plegaria, una lágrima hecha sonido.
"Uno piensa que no va a poder más", confiesa uno de los músicos, "pero cuando ves pasar la imagen del Señor o de la Virgen, se te llena el alma de fuerza".
Aunque no ensayan frecuentemente, el repertorio se mantiene vigente. Algunas marchas son comunes a todos los cortejos, y eso permite que los músicos las analicen y estudien individualmente. Hoy en día también se incluyen piezas nuevas, llamadas “estrenos” o “reestrenos” —música inédita o recuperada de décadas pasadas, que enriquece la experiencia litúrgica y cultural de cada procesión.
Y aunque muchos lo ignoren, dentro de estas bandas han participado músicos reconocidos como Jacobo Nitsch de Malacates, José Silvestre y Julio Oliva de El Tambor de la Tribu, y músicos de la Marimba del INGUAT o de la Municipalidad.
En palabras de Pirir: “Los músicos de estas actividades somos muy responsables y trabajamos con amor y calidad. Lo más importante es la disposición, el respeto por lo sagrado y el deseo de servir.”
El ejemplo de estos músicos que ofrecieron cerca de 32 horas ininterrumpidas de acompañamiento a Jesús de la Caída, sin pedir nada a cambio, es una lección para todos. Ellos no predican con palabras, sino con notas. No alzan discursos, sino trompetas. Y en cada marcha que interpretan, resuena el eco del Evangelio.
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