Color liturgico: púrpura de Tiro

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La historia del color morado en la liturgia tiene raíces muy antiguas y simbólicas, que van más allá de su uso espiritual. En la antigüedad, el color púrpura o morado estaba asociado con la realeza, la riqueza y el poder, porque era un tinte extremadamente difícil y costoso de obtener.

El famoso "púrpura de Tiro", por ejemplo, provenía de un molusco llamado murex, y para producir apenas unos gramos de tinte se necesitaban miles de estos caracoles marinos. 

Esto hacía que el color fuera reservado casi exclusivamente para emperadores, reyes y altos dignatarios. En el Imperio Romano, sólo los senadores y el propio César podían vestir túnicas con ribetes púrpura.

Con el tiempo, la Iglesia adoptó este color, dándole un significado más profundo: en lugar de representar la pompa y el orgullo mundano, pasó a simbolizar la majestad de Cristo sufriente y la humildad del Rey que se entrega por amor.

En la liturgia, el morado comenzó a usarse alrededor del siglo XII, cuando la Iglesia estructuró más claramente los tiempos litúrgicos. Se estableció como el color propio de los tiempos de penitencia y preparación —tanto en la Cuaresma como en el Adviento— porque invita a la reflexión, el arrepentimiento y la conversión interior.

El morado nos recuerda, además, la burla que Jesús sufrió durante su Pasión. Los soldados romanos le colocaron un manto púrpura, diciéndole irónicamente: "Salve, Rey de los judíos" (Marcos 15:17-18). 

Así, lo que alguna vez fue símbolo de poder terrenal, se transformó en un signo de humildad y sacrificio redentor.

Por tanto, cada vez que vemos el morado en las vestiduras litúrgicas de la Cuaresma, estamos invitados a reconocer a Cristo como el Rey que reina desde la cruz, a hacer penitencia por nuestros pecados y a prepararnos con un corazón puro para la alegría de la Pascua.