¿Por qué Dios permite las tragedias?

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El dolor y el sufrimiento son parte de la experiencia humana, y cuando enfrentamos tragedias, nuestra fe se ve sacudida. En esos momentos, surge con fuerza una pregunta que ha inquietado a la humanidad desde siempre: Si Dios es amor, ¿por qué permite el sufrimiento?

Dios no es el autor del mal

Dios creó el mundo por amor y nos hizo libres. Pero la libertad conlleva consecuencias: vivimos en un mundo marcado por el pecado, la fragilidad humana y las leyes de la naturaleza. Muchas tragedias ocurren por errores humanos, otras por causas naturales, pero en ninguna de ellas Dios es el responsable directo del mal.

Dios permite el sufrimiento, pero no lo quiere. Sin embargo, en su misterio de amor, puede sacar un bien incluso de las situaciones más oscuras. 

Como dice San Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Romanos 8,28).

¿Dónde está Dios en medio del dolor?

Dios no está lejos del sufrimiento. Jesús mismo, en la cruz, experimentó el dolor más profundo, el abandono y la muerte. No adoramos a un Dios indiferente, sino a un Dios que sufre con nosotros. En cada tragedia, Él está presente:

En las víctimas, abrazándolas con su misericordia.

En los familiares y amigos, dándoles fuerza para seguir adelante.

En quienes ayudan, en cada médico, rescatista y persona solidaria que extiende la mano al necesitado.

¿Cómo responder ante el sufrimiento?

Cuando una tragedia nos golpea, tenemos dos caminos: alejarnos de Dios en la desesperanza o acercarnos más a Él, buscando consuelo en su amor. La fe no elimina el dolor, pero nos da la certeza de que nunca estamos solos.


¿Qué podemos hacer en momentos de prueba?

Orar. Pedir a Dios fortaleza y confiar en su voluntad.

Ayudar. Ser instrumentos de su amor para quienes sufren.

Confiar. Creer que, aunque no entendamos el porqué, Dios tiene un plan de amor.

San Juan Pablo II decía: "El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor hacia el prójimo." Que cada tragedia nos haga más humanos, más solidarios y más santos.

Cuando no entendamos el porqué del dolor, miremos a Cristo en la cruz: en Él encontramos la respuesta y la esperanza de la vida eterna.

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