¿Quién se queda con mamá esta Navidad?
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¿Quién se queda con mamá esta Navidad?
— ¡Yo noooo! —contestó Javier—.
Esta Navidad vamos a la casa de mis suegros.
Además, mamá no se siente cómoda con nosotros, ya saben cómo es con mis niños.
— Pues yo menos —dijo Ana María—.
Hace dos semanas estuvo en mi casa y apenas puedo con todo lo que tengo que hacer.
Además, mamá necesita mucho cuidado y yo no tengo tiempo para eso.
La conversación entre los hermanos seguía, mientras la abuela, sentada en un rincón, observaba el árbol navideño parpadeando, con lágrimas acumulándose en sus ojos. Sus manos temblaban ligeramente, y su mirada buscaba refugio en los recuerdos de una Navidad pasada, cuando todos se reunían en su hogar.
José, viendo la tristeza de su madre, se levantó y se arrodilló frente a ella.
— Mamita, no te preocupes.
Quédate conmigo esta Navidad, como cuando yo era niño y tú hacías que estas fechas fueran mágicas. La hija de José, una joven de 19 años, se acercó con una sonrisa luminosa. Tomó las manos de su abuela y dijo:
— Abuela, no te preocupes por lo que dicen mis tíos.
Ellos han olvidado lo importante, pero tú no.
Tú nos haces falta aquí en casa.
Ven, vamos a decorar el árbol con esas esferas viejas que a nadie le gustan, pero que a mí me parecen las más hermosas porque las pintaste tú.
Ayúdame a poner el nacimiento, como cuando yo era niña y me contabas la historia de cada figura.
La abuela la miró sorprendida, pero no tardó en sonreír.
La nieta continuó:
— Haremos galletas para que tío Javier recuerde esos aromas que siempre lo hacían correr a la cocina. Y prepárame esa sopa que mi papá dice que curaba cualquier tristeza.
— Pero no puedo recordar bien las recetas, mi niña… —murmuró la abuela.
— No importa, abuela —dijo la joven con ternura—. Lo importante es que estemos juntas.
Peíname como lo hacías con papá y trénzame el pelo con los listones que tanto le gustan.
Y cuando cantemos villancicos esta Nochebuena, tú serás la primera en cantar.
Los hermanos, Javier y Ana María, escuchaban en silencio.
Poco a poco sus rostros se llenaron de arrepentimiento al ver a su madre iluminada por la alegría.
Entonces, Ana María, con lágrimas en los ojos, se acercó y tomó la mano de su madre.
— Perdóname, mamá. He sido tan ingrata. ¿Me dejarías quedarme contigo también esta Navidad?
— Y yo —añadió Javier, secándose las lágrimas—. Nunca debí olvidarme de todo lo que hiciste por nosotros.
Esa noche, toda la familia se reunió alrededor de la abuela, escuchando cómo recordaba las Navidades de 1920: las luces, las risas y la unión familiar.
El cálido aroma de las galletas horneadas llenó la casa, y los villancicos resonaron hasta la madrugada. La abuela murió un año después, pero su última Navidad estuvo llena de amor, risas y recuerdos.
Desde entonces, cada Nochebuena, una hermosa paloma blanca llega a la casa de José, posándose en el árbol navideño hasta el amanecer. La hija de José siempre susurra al verla:
— Abuela, no te preocupes. Aquí seguimos cuidando de papá, como él cuidó de ti.
Reflexión
La Navidad es un momento para amar, perdonar y valorar a quienes han entregado su vida por nosotros. El ejemplo que damos a nuestros hijos con el trato hacia nuestros padres es la enseñanza más grande que podemos dejar. Algún día, nosotros también seremos "niños" y dependeremos del amor de los demás. Que esta Navidad nos recuerde lo que realmente importa: el amor y la familia.
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