Volver a nacer de nuevo

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La historia de Nicodemo se encuentra en el Evangelio de San Juan (Juan 3:1-21) y es un relato profundo sobre el concepto de renacimiento espiritual.

Nicodemo era un fariseo y un miembro del Sanedrín, un grupo de líderes judíos. Se le describe como un hombre sabio, respetado y conocedor de la ley, que se interesó por las enseñanzas de Jesús y fue a visitarlo una noche para hablar con él. Nicodemo era sincero en su búsqueda de respuestas y estaba genuinamente intrigado por Jesús, quien hablaba de un tipo de vida espiritual completamente nuevo. 

Durante esta conversación, Jesús le dijo una frase que ha resonado a lo largo de los siglos: 

"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (San Juan 3, 3). 

Esta afirmación desconcertó a Nicodemo, quien interpretó literalmente la idea de “nacer de nuevo”. Preguntó cómo podía una persona mayor volver al vientre materno y nacer otra vez.

Jesús le explicó entonces que no se trataba de un nacimiento físico, sino de uno espiritual: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios"  (San Juan 3,5). 

Le habló de la necesidad de un renacimiento interior, una transformación del corazón que solo puede venir por medio del Espíritu de Dios. Este nuevo nacimiento no es un cambio externo, sino un cambio profundo en la esencia de una persona, un despertar a una nueva vida orientada por la fe y el amor.

Jesús también utilizó esta ocasión para hablar de su propia misión y de la naturaleza de su sacrificio. Fue en este contexto que dijo una de sus enseñanzas más conocidas: 

"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (San Juan 3, 16).

La historia de Nicodemo nos deja con la idea de que para entrar en una relación auténtica con Dios y alcanzar una vida plena, es necesario experimentar una transformación espiritual, un “nacer de nuevo” en el sentido más profundo. También muestra que incluso aquellos que ya poseen conocimiento o estatus pueden tener dudas y buscar una renovación personal.


Podemos considerar a Nicodemo como el representante de “lo religioso”, de “lo eclesiástico”, de “lo de siempre”, de los que se creen que lo saben todo: “Tú eres maestro en Israel ¿y no sabes estas cosas?”. ¿No nos ocurre hoy lo mismo, que hay personas que se lo saben todo? Y, por lo tanto, ¡no hay nada nuevo que esperar! Lo importante es repetir lo que hasta ahora se ha hecho.

Jesús confronta a Nicodemo con el desafío de un auténtico renacimiento. ¡Y también hoy a nosotros! Pero no será obra nuestra. Hay que entregarse al Espíritu que se derrama sobre nosotros como el agua para energizarnos y hacernos renacer. Cierto, hay que discernir dónde sopla y se derrama el Espíritu, “porque no sabemos de dónde viene y a donde va”.

No es cuestión de fantasear, sino de escuchar lo que ahora el Espíritu nos dice a todos, de interpretar sus señales, de escuchar sus gemidos y de acoger la nueva energía que nos transmite para el cambio real. Por eso, es tan importante no el discernimiento meramente individual, sino auténticamente colaborativo, con miradas amplias, más allá de nuestros confines.

¡Quizá no nos dábamos cuenta de que llevábamos un tiempo árido, infecundo, que formábamos comunidades acostumbradas y un poco viciadas, instituciones ineficaces y repetitivas…

Con el paso de los años, los seres humanos nos volvemos conservadores, no estamos dispuestos a muchos cambios cuando hemos llegado a un cierto status, cuando hemos adquirido una cierta importancia social.

Pero el Maestro que ha salido de Dios nos inquieta: nos ofrece un horizonte de vida radicalmente nuevo: ¡nacer del Espíritu! Es decir, nos invita a entrar en la biosfera del Espíritu, en el ámbito del agua –fuente de vida- donde todo renace.

¿Acogeremos esta llamada a entrar en una nueva espiritualidad, a re-inventar instituciones, a ser la otra humanidad y comunidad posible?

Plegaria

Abbá, Padre-Madre, cuánto quisiéramos tus hijas e hijos escuchar y sentir las palabras que el día de la Resurrección pronunciaste sobre el cuerpo sacrificado de Jesús: “Tú eres mi hijo, mi hija, yo te he engendrado hoy”. Sólo Tú puedes hacernos nacer de nuevo. Acoge nuestra súplica, derrama en nuestros corazones tu Espíritu y ¡el sueño de Jesús sobre nosotros se hará posible!

Para escuchar y contemplar:  “Lo viejo pasó, un nuevo día llegó”


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