Reflexión del Evangelio de este domingo. San Juan 14, 23
Evangelio
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?”
Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que éstos”.
El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, va le más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:
“Tú no estás lejos del Reino de Dios”.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Reflexión
En el pasaje de Juan 14, 23, Jesús nos dice: *“El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.”*
Este versículo es un llamado profundo al amor verdadero y a la obediencia que brota de un corazón sincero. Cuando Jesús nos habla de “guardar su palabra”, no se refiere únicamente a un cumplimiento externo de mandamientos, sino a una relación íntima en la que su enseñanza penetra y transforma nuestra vida. Amar a Cristo implica acoger sus enseñanzas con un corazón dispuesto y humilde, dejando que la fe y la caridad guíen cada acción.
El regalo prometido a quienes viven esta entrega es nada menos que la presencia misma de Dios: el Padre y el Hijo que vienen a hacer su morada en el alma. Esta es una imagen sublime de comunión y de la cercanía divina. Dios no se queda distante; al contrario, habita con aquellos que le aman y le buscan sinceramente. La morada de Dios en nosotros es fuente de paz, fortaleza y amor que nos permite enfrentar las dificultades y extender esa misma presencia a quienes nos rodean.
Que este versículo nos inspire a profundizar en nuestro amor por Cristo y a vivir con la certeza de que, al guardar su palabra, Él y el Padre se hacen presentes en nuestra vida, llenándonos de su luz y su gracia. Amemos y vivamos su Evangelio para que Dios habite plenamente en nosotros.