¿Por qué el año litúrgico termina antes que el año civil?

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El año litúrgico no coincide con el calendario civil porque sigue un propósito espiritual más elevado: está diseñado para celebrar los misterios de la vida de Cristo desde su Encarnación hasta su gloriosa Venida al final de los tiempos. No se rige por convenciones humanas como los meses del calendario civil, sino por el camino de salvación que Cristo nos trazó.

Razones por las que el año litúrgico termina antes del año civil

Centrada en Cristo, no en el tiempo humano: El calendario civil empieza en enero, pero el litúrgico está estructurado en torno a la vida de Cristo, comenzando con el Adviento, que es la preparación para su nacimiento, y terminando con la Solemnidad de Cristo Rey, que proclama su Reino eterno.

Una visión de eternidad: La Iglesia organiza el tiempo litúrgico para ayudarnos a reflexionar no solo en el paso del tiempo terrenal, sino en la eternidad. Por eso, el año litúrgico termina con una proclamación del Reino eterno de Cristo y comienza con la esperanza de su venida.

El Adviento inaugura la espera del Salvador: El año litúrgico inicia con el Adviento, que es un tiempo de preparación y conversión para recibir a Jesús en la Navidad. Esto nos enseña que toda nuestra vida debe estar orientada hacia Cristo.

Un ritmo espiritual distinto: El año litúrgico se construye en ciclos que guían nuestra relación con Dios: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y el Tiempo Ordinario. Este ciclo nos eleva espiritualmente, mientras que el año civil solo organiza la vida temporal.

Enfoque en los misterios de Cristo: Cada tiempo litúrgico nos invita a meditar en un aspecto específico de la vida de Cristo. Este ritmo es diferente al del calendario civil, que sigue ciclos seculares como años fiscales o estaciones del año.

Lección espiritual

El hecho de que el año litúrgico no coincida con el civil nos recuerda que "nuestra ciudadanía está en el cielo" (Filipenses 3, 20). La Iglesia nos invita a vivir no conforme al mundo, sino según el Reino de Dios. Al celebrar el año litúrgico, nuestra vida se estructura en torno a los misterios de Cristo, y no en torno a las ocupaciones terrenales.