¿Cuanto debo ayudar a los hermanos?

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La medida de la ayuda al hermano es la que dicta el amor de Cristo, que es sin medida. Nuestro Señor nos enseñó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (San Juan 13, 34). Él nos mostró un amor que no conoce límites, que es capaz de entregarse hasta la cruz. 

Cuando te preguntes cuánto debes ayudar, piensa en el samaritano de la parábola, quien no calculó cuánto debía hacer, sino que simplemente se dejó mover por la compasión y la misericordia. No se trata de medir la caridad como quien cuenta monedas, sino de ofrecer todo lo que esté a tu alcance, conforme a tu situación y tus fuerzas, sin reservas ni condiciones.

San Pablo también nos recuerda: “Cada uno dé como dispuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Corintios 9,7). Por tanto, ayuda a tu hermano hasta donde puedas y hazlo con un corazón generoso y dispuesto, confiando en que tu amor, aunque sea pequeño, es inmenso a los ojos de Dios cuando se ofrece de corazón.

Que en todo, tu medida sea la medida del amor divino, que se extiende más allá de cualquier cálculo humano.

Santa Teresita de Calcuta dijo que hay que dar hasta que duela.

La santa Madre Teresa de Calcuta tenía razón al decir que debemos “dar hasta que duela”, pues ella entendía que la verdadera caridad implica un sacrificio personal, un dar que trasciende la comodidad. Sin embargo, en tu vida diaria, esto no significa que debas llevarte a la extenuación o descuidar tus responsabilidades y bienestar. El llamado de Dios es a un equilibrio entre la entrega generosa y la prudencia.

Piensa en el pasaje del Evangelio en que Jesús observa a la viuda que da sus dos monedas en el templo (San Lucas 21, 1-4). No era mucho en términos materiales, pero era todo lo que tenía. No se nos pide que demos lo que no tenemos, sino que demos de lo que nos sobra y, a veces, incluso de lo que apreciamos, pero sin poner en peligro nuestras necesidades básicas ni las de quienes dependen de nosotros.

La clave es discernir con oración y sabiduría. 

Pregúntate: ¿Estoy dando de mi tiempo, mis recursos o mi corazón con un espíritu de amor y sacrificio? Si la respuesta es sí y sientes que tu donación es generosa, entonces estás caminando en la senda de la caridad. Si alguna vez surge la duda sobre si debes dar más, busca la guía del Espíritu Santo y escucha en tu corazón la voz de Jesús, quien te guiará hacia lo que es justo y bueno.

En resumen, da con generosidad, pero también con prudencia, sabiendo que el verdadero amor no solo se mide en la cantidad de lo que se da, sino en la disposición del corazón con que se ofrece.

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