28 de noviembre. Día de Santa Catalina Labouré
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Soy Santa Catalina Labouré, humilde hija de Dios y mensajera de la Santísima Virgen María. Mi vida se encuentra profundamente entrelazada con el don celestial de la Medalla Milagrosa, a través de la cual la Madre de Dios deseaba derramar gracias sobre el mundo.
Mi vida terrenal
Nací el 2 de mayo de 1806 en Fain-lès-Moutiers, un pequeño pueblo de Borgoña, Francia. Era la novena de once hijos en una familia de campesinos profundamente devotos. Mi madre falleció cuando yo tenía nueve años, y desde entonces adopté a la Virgen María como mi Madre celestial, consagrándome a su cuidado.
Desde temprana edad, sentí el llamado de Dios para dedicar mi vida al servicio. Inspirada por la piedad y el ejemplo de mis padres, me uní a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en 1830, ingresando al noviciado en la Rue du Bac, en París.
Mi encuentro con la Virgen María
Durante mi noviciado, el 18 de julio de 1830, tuve la inmensa gracia de recibir la primera de tres apariciones de la Virgen María. La Santísima Madre se me presentó como una mujer llena de dulzura y majestad, sentándose junto a mí como si fuera una madre que conversa con su hija. Ella me confió que Dios tenía una misión para mí y que vendrían tiempos difíciles para Francia y el mundo.
La aparición más significativa ocurrió el 27 de noviembre de ese mismo año. Vi a la Virgen María vestida de blanco, de pie sobre un globo terráqueo, con las manos extendidas y resplandecientes de anillos que emitían rayos de luz. Me dijo: “Estos rayos son las gracias que derramo sobre quienes las piden.” Alrededor de la visión, apareció una inscripción: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.”
La Virgen me pidió que se acuñara una medalla según este diseño, prometiendo grandes gracias a quienes la llevaran con fe. La Medalla Milagrosa se convirtió en un instrumento de innumerables conversiones, curaciones y protección espiritual.
Mi vida oculta en humildad
Después de recibir este mensaje celestial, mi vida continuó en el anonimato y la obediencia. Pocas personas supieron que yo era la vidente de la Medalla Milagrosa. Pasé el resto de mis días sirviendo a los pobres y a los ancianos en el hospicio de Enghien, viviendo una vida sencilla y entregada.
Partí hacia la Casa del Padre el 31 de diciembre de 1876, a los 70 años. Mi cuerpo fue exhumado en 1933, y se encontró incorrupto, un signo de la gracia divina. Hoy descansa en la capilla de la Rue du Bac, un lugar de peregrinación donde muchos encuentran consuelo y renovación espiritual.
Mi legado espiritual
La Medalla Milagrosa sigue siendo un recordatorio del amor maternal de María y de la llamada a la conversión y la fe. Mi misión fue ser un canal de sus mensajes, siempre en humildad y sencillez. Como dije una vez: “¡Oh, cuánto me alegra ver a la Virgen María! Cuánto me alegra darla a conocer y amar!”
Si buscas acercarte más a Dios y recibir las gracias de la Virgen, confía en su intercesión y lleva con fe la Medalla Milagrosa. María nunca deja sin respuesta a quienes recurren a su amor maternal.
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