¿Pedir por nuestros difuntos?
Pedir por nuestros difuntos es un acto de amor, de fe y de comunión con aquellos que han partido de este mundo, pues creemos que la muerte no rompe nuestra unión con ellos. Como cristianos, creemos en la vida eterna y en la comunión de los santos, una realidad espiritual en la cual los vivos y los fallecidos estamos unidos en Cristo. Al orar por nuestros seres queridos fallecidos, reconocemos que nuestras oraciones pueden ayudarles en su proceso de purificación y acercamiento a la presencia de Dios.
La Iglesia enseña que, tras la muerte, las almas que están en amistad con Dios pero que aún necesitan purificación pasan por un proceso de preparación para entrar en Su plena gloria; esta etapa la conocemos como el Purgatorio. Al orar por nuestros difuntos, les ofrecemos consuelo espiritual y, en cierto sentido, aliviamos sus penas al pedirle a Dios que los purifique y les conceda la paz. Las oraciones, la Misa, y los actos de caridad que ofrecemos en su nombre son como una ayuda que Dios en Su infinita misericordia permite, y que puede acelerar su entrada en la gloria eterna.
San Pablo nos dice que
"Somos un solo cuerpo en Cristo" (Romanos 12, 5)
Y esta unidad no se rompe con la muerte. La Iglesia nos llama a rezar por las almas de los difuntos para que ellas, al alcanzar la perfección en la presencia de Dios, también intercedan por nosotros. Así, nuestra oración es un signo de amor que no termina con la muerte, sino que se transforma en una relación espiritual, una comunión que crece y se fortalece en Dios.
Entonces, pedir por nuestros difuntos es un acto de misericordia y esperanza. Confiamos en la promesa de Cristo de la resurrección y le pedimos que, por Su gracia, abrace y purifique a quienes amamos y han partido.