Día de los Santos

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El 1 de noviembre, los católicos de todo el mundo celebran la Solemnidad de Todos los Santos, instituida en honor a todos y cada uno de los santos, conocidos o no. Por ser día de precepto, los fieles asisten hoy a Misa como si fuera domingo.

La Enciclopedia Católica explica que el Papa Urbano IV decidió que esta Solemnidad compensara cualquier deficiencia en la celebración de las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles. Entre los santos están los que han sido canonizados y los que no. Ser canonizado significa que luego de un proceso muy riguroso y tras haberse comprobado la intercesión del siervo de Dios en por lo menos dos milagros, el Papa proclama la santidad de vida de la persona.

El reconocimiento de la heroicidad de virtudes, uno de los primeros pasos en el proceso que garantiza que la persona vivió en grado heroico la fe, la esperanza y la caridad (el amor) es el más complejo de todos porque es en esta etapa en la que se investiga la vida, los dichos y hechos del candidato. Suele tomar varios años.

Actualmente las normas establecen que una causa de canonización se puede comenzar sólo luego de, por lo menos, 5 años después de fallecida la persona. Dos famosas excepciones a esta regla han sido la Madre Teresa de Calcuta y el Papa Juan Pablo II, ambos beatos.

Para ser proclamados santos, se debe corroborar un milagro ocurrido por su intercesión y que se haya realizado después de la beatificación. Todos estamos llamados a la santidad.  No olvidemos nunca que ¡estamos llamados a ser santos! Y que debemos recordar y agradecer la vida de esos hombres y mujeres que lo dieron todo por amor.

San Juan Pablo II, en la homilía de la misa dedicada a la Solemnidad de Todos los Santos, en noviembre de 1980, decía: "Hoy nosotros estamos inmersos con el espíritu entre esta muchedumbre innumerable de santos, de salvados, los cuales, a partir del justo Abel, hasta el que quizá está muriendo en este momento en alguna parte del mundo, nos rodean, nos animan y cantan todos juntos un poderoso himno de gloria".

Y es que esta Solemnidad es un día propicio para compartir el júbilo por la obra salvífica de Dios a lo largo de los siglos. Obra que no se detiene jamás y que se renueva, a cada instante, en cada ser humano que responde a la gracia de Dios, viviendo el llamado a la plenitud en el amor.



¿Por qué la Iglesia Católica tiene tantos santos?  

Los Apóstoles llaman a los miembros de la Iglesia “Santos”, y tienen razón, la Iglesia somos nosotros los fieles y así como dice San Pablo:

“En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” Romanos 5,19.

El pecado de Adán nos convirtió a todos en pecadores, pero por la Sangre y la Muerte de Cristo todos fuimos hechos Santos. Jesucristo santificó a su Iglesia, es decir a nosotros, y su Iglesia debe ser “santa e Inmaculada”, pero eso no significa como equivocadamente creen algunas religiones, que como Jesús ya lo hizo todo, nosotros ya no debemos hacer nada, sino, sólo “tener fe y aceptar a Cristo como tú Señor y salvador”, pues Cristo mismo dice:  “No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” Mateo 7,21.

Una vez entendido a la luz de la Biblia que no basta con decir a Cristo “Señor, Señor” y que todos tenemos el deber de ser Santos para ir al cielo, borrando la falsa idea de que un Santo es una persona que nunca peca, pues todos los Santos también cometen pecados, pues “Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros” 1 de Juan 1,8. Podemos entender que la Iglesia Católica en realidad no tiene muchos Santos, y sólo conocemos la punta de iceberg, a unos pocos canonizados, de los cuales la Iglesia tiene la certeza de que ya están en el cielo:

“Y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación” Hebreos 12,23.


El primer santo canonizado de acuerdo a estas normas fue Ulrico de Augsburgo, obispo destacado en el inicio del Sacro Imperio Romano Germánico, que sería elevado a los altares el 4 de julio del año 993. ¿Y la primera santa "canónica"? Fue la anacoreta, monja y mártir suiza Viborada de Saint Gall, a la que le llegó el turno en 1047. El siguiente paso, en 1234, fue que se reservó oficialmente el derecho de canonización en exclusiva para los papas. Luego, uno de ellos, el pontífice Sixto V, pondría este proceso en manos de la llamada Sagrada Congregación de Ritos en 1588, que finalmente se convertiría –ya en el siglo XX, en 1969 y de la mano de Pablo VI– en la Congregación para las Causas de los Santos.