Virgen de los Dolores.

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Es el día del recuerdo de los dolores de la Virgen cuando estaba junto a la Cruz. La Virgen siempre junto a Jesús, precisamente en los momentos duros de la vida del Hijo Redentor: en la cueva de Belén, en el destierro de Egipto, en los trabajos de Nazaret, en los dolores del Calvario. Corredentora, por su sufrimiento en el sufrimiento del Hijo, todo lo que tiene que hacer allí es ser clavada con el Hijo, cubrirse en sangre de espinas y desgarrones como el Hijo, ser desamparada del Cielo como el Hijo, y redimirnos como el Hijo.


El alma y la sensibilidad de la Madre, en una misma vibración, con el alma y la sensibilidad doliente del Hijo. Así tiene que estar nuestra alma y nuestra sensibilidad en todo sufrimiento, para que seamos a nuestro modo redentores como ellos; cumpliendo siempre la misión de nuestra vida, aunque una espada de dolor nos atraviese el alma, como a la Virgen.


1. La profecía de Simeón (Lc 2, 25-35). Madre tierna, que con tus quince años, cuando feliz ibas a presentar a tu Niño de cuarenta días al Templo de Jerusalén, padeciste un dolor intenso al oír, de los labios del Santo Profeta Simeón, que una "espada de dolor iba a atravesar tu Corazón", haz que te ame cada día más y que cuando me toque presentarme ante el Trono divino para dar cuenta de mi vida, oiga a Jesucristo, Juez universal, decirme tiernamente: "He oído a mi Madre hablar de ti". Ave María.


2. La persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mt 2, 13-15). Madre fuerte, por los dolores que padeciste al tener que huir a Egipto con Jesús Niño y José, haz que tenga un corazón atento para huir de todas las ocasiones de pecado y que la Sagrada Familia sea, en mi hogar, el ejemplo a seguir. Ave María.


3. Jesús perdido en el templo, por tres días (Lc 2, 41-50). Madre de la esperanza, que junto a José sufriste muchísimo cuando perdieron por tres días a Jesús, de doce años, en el Templo de Jerusalén, llévame siempre de tu mano, como a un niño, para que no me pierda. Y si alguna vez, por mis errores, me alejo de ustedes, no descanse hasta encontrarlos nuevamente y poder hacer una buena y sincera Confesión, fuente de Gracia y de Divina Misericordia. Ave María.


4. Su encuentro con Jesús, cargado con la Cruz (Viacrucis, cuarta estación). Madre de consuelo, que experimentaste un dolor tan fuerte al encontrar a tu querido Hijo con la Cruz a cuestas en la calle de la amargura, ayúdame a cambiar mi corazón para no aumentar más el peso de su Cruz con nuevas ofensas y pecados, causa de su muerte y de su tristeza. Que pueda ser para Jesús otro Cireneo. Ave María.


5. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Jn 19, 17-30). Madre dolorosa, por el sufrimiento inmenso que llenó todo tu ser cuando contemplabas a tu Hijo clavado en la Cruz, enséñame a aceptar, con paciencia, todas las cruces que estoy viviendo y las que me toquen vivir en el futuro, ofreciéndoselas con mucho amor por la conversión de los pecadores. Ave María.


6. María recibe a Jesús bajado de la Cruz (Mc 15, 42-46). Madre del perdón, por esas lágrimas tuyas que se mezclaron con la Sangre de tu Hijo cuando lo recibiste muerto en tus brazos maternales, sé mi fortaleza para que pueda sostener con mi entrega a todos los que necesitan de mí, dándoles mi tiempo, mi cariño y todo mi amor. Ave María.


7. La sepultura de Jesús (Jn 19, 38-42). Madre de amor eterno, por la soledad en que quedaste al dejar el cuerpo de tu Divino Hijo en el sepulcro, haz que siempre los tenga a Jesús y a ti por compañía, que no me olvide de que estamos de paso en este mundo y que comprenda que solo muriendo a mí mismo es que resucitaré a la Vida Eterna. Ave María.



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